Vivir en medio de la sociedad nos invita a preguntarnos por sus necesidades, por los
mejores medios y por las acciones necesarias de servicio. La espiritualidad tiene que
ver con la vida movida por el espíritu.

Nuestra espiritualidad es una espiritualidad que se vive en comunidad y se enriquece
junto a los demás, buscando la humanidad profunda que reconocemos en Jesucristo y
que nos invita a una forma de vida reconciliada, compasiva y generosa.

Ser contemplativos en la acción nos exige estar atentos para reconocer a Dios
actuando en medio nuestro. Desde ahí, la invitación es a generar espacios de diálogo
que permitan elaborar, reflexionar, crecer y tomar algunas acciones que nos ayuden a
avanzar en justicia.

Queremos aportar algunos elementos que puedan ayudar en la lectura de los
acontecimientos, desde nuestra identidad, en la mirada de país y en la oportunidad de
formar y crecer desde nuestros diálogos y encuentros comunitarios.

Pidamos la lucidez del discernimiento, la valentía para arriesgarnos a abrir caminos o
a entrar en lugares y en iniciativas que impliquen desestabilizarnos y mirar al otro
desde su humanidad.

– Centralidad en Jesucristo, poner en el centro a Cristo; que nuestro amor por Él y
su modo de proceder nos conquiste para en todo amar y servir. La centralidad en
Jesucristo es nuestro punto de referencia. Nos ayuda a descentrarnos, a salir de
nosotros mismos, haciendo de su vida nuestro modo de proceder. Conocerlo para más
amarlo y servirlo en nuestros hermanos.

– Encontrar a Dios en todas las cosas. Es la búsqueda de Dios en el mundo, en
todas sus realidades. Nuestra espiritualidad nos sitúa en el mundo, en todas sus
dimensiones. Dios, revelado en Jesús, es un Dios del mundo, que lo ama, lo contempla
y actúa en él.*En este sentido la invitación es a reconocer que Dios está hoy en medio nuestro, en
nuestra crisis, en nuestras preocupaciones, indignaciones, sueños y esperanzas. No es
un Dios ajeno, sino que vive en nuestra propia realidad.

– Contemplativos en la acción. La conversión de Ignacio en el río Cardoner, le
ayuda a descubrir a Dios en el mundo, y lo mueve a buscar y encontrar a Dios en todas
las cosas, desarrollando una especial sensibilidad para percibir la realidad de la
pobreza y del dolor de los demás, descubriendo signos de esperanza y movilizándonos
solidariamente en el servicio. Es aprender a mirar el fondo de las cosas, haciendo
frente a la vida con sus éxitos y fracasos.
*¿Cómo estamos atentos a descubrir en el día a día la presencia de Jesús, que no nos
deja indiferentes sino que nos invita a seguirlo y comprometernos en la construcción
del Reino?. Mirar con ojos evangélicos la realidad se traduce en deseos de ayudar a
los demás con la acción en orden a la fe y la promoción de la justicia.

– Discernimiento, descubrir “Lo que más conduce para el fin que somos criados”
y, por tanto, lo mejor para Dios y para su Reino. No se trata, de elegir lo bueno, sino lo
mejor para Él y para nosotros (ya que alabar y hacer reverencia a Dios es sirviendo a
nuestros hermanos) optando por la forma de vida personal más de acuerdo con el
Evangelio, buscando el bien más universal.

– La indiferencia ignaciana, ganar en Libertad. Para hacer discernimiento se hace
necesario “hacernos indiferentes”. La indiferencia ignaciana no es una actitud fría y
racional, sino que está vinculada a un sentido máximo de humanidad, a la libertad y
desapego de todo y todos. Hacernos disponibles en el amor, para la misión. Es una
invitación a vivir desde el amor profundo de Dios, en libertad para reconocer lo que
más nos conduce al fin para el que hemos sido creados.

– El bien cuanto más universal, es más divino. Esta frase nos invita a salir de
nuestro círculo de seguridad. No ayudar sólo entre los que conozco, en mi comunidad
o mi tierra, donde mi acción de alguna manera se devuelve en mí mismo. Invita a estar
abiertos a una misión siempre más amplia. En este sentido, el bien más universal
coincide con el que alcanza a un mayor número de personas.

– Salvar la propuesta del prójimo, “…se ha de suponer que todo buen cristiano ha
de estar más pronto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla…” ver la
buena intención que hay en las palabras y acciones del otro, poniendo todos los
medios para entenderlo. Tener una actitud de acogida, dando las condiciones
necesarias para el diálogo sincero, buscando conjuntamente la verdad y reconociendo
la riqueza de lo que aporta cada uno.
* Es importante reconocer que todos tenemos una mirada propia de la realidad y
pueden darse diferencias de opinión, pero es necesaria una apertura a reconocer la
verdad del otro en un diálogo abierto, primando la corrección y el acuerdo desde el
amor.